Nadie nos somete
Texto publicado en Revista
Topía Nro XXXI
Yago Franco
yfranco@magma-net.com.ar
Hay entre los psicoanalistas un discurso que reduce
la cuestión del poder - y la dominación - al malestar en la cultura, banalizando
todos los términos, y confundiendo lo que es el malestar inevitable para todo sujeto,
producido por las renuncias que implica la vida en sociedad, con lo que es un agregado a
dicho malestar. Confunde lo que es el malestar en la cultura con el más allá de éste1 y suele "olvidar" que también existe el bien-estar
en la cultura. Apela a que siempre hubo y habrá dominación, ya que el
"narcisismo de las pequeñas diferencias" hace imposible la convivencia
democrática, o que la idea de libertad es ilusoria, ya que hay "cuestiones de
estructura" que llevan al juego de sometedores y sometidos, etc. Se trata de un
psicoanálisis ¿ingenuo?, simplificado, que no llega a vislumbrar que el poder
se sirve del malestar en la cultura para instituir relaciones de dominio de una parte de
la sociedad sobre otra; un dominio que para nada es "natural', sino que es
instituido. Por supuesto que no es posible reducir la cuestión del poder a las
consideraciones psicoanalíticas, ya que el mismo está co-determinado y producido en un
campo donde habitan la economía, la política, la cultura, la historia, etc, dominios que
gozan, cada uno, de una relativa autonomía; pero ocurre que, como veremos, el
psicoanálisis apunta a aquello de la psique donde el poder encuentra sus fuentes y
anclajes más profundos.
Hay una dimensión explícita o visible del poder (la instituciones estatales, sus
diversos poderes, los partidos políticos, las leyes y códigos, pero también el
lenguaje, el orden de sexuación, el modo de producción, ciertas definiciones sobre lo
que las cosas son o significan, etc.). Ofrece mayor o menor transparencia de acuerdo a la
sociedad y momento histórico, y es el campo de acción de la política. Pero también hay
otra dimensión del poder que es implícita, invisible. Esta es la que hace que los
sujetos realicen algo que probablemente no hubiesen realizado por sí mismos, y, lo que es
fundamental: sin necesidad de coacción. Ante esta dimensión el poder explícito y la
dominación que puede derivarse de éste son secundarios e insuficientes. Este último se
hace dramáticamente visible en aquellos momentos en los cuales se torna frágil la
dimensión implícita de la dominación, dando origen a las dictaduras, totalitarismos, y
toda la gama intermedia pensable: la dominación debe ser realizada por la vía de las
armas, la tortura, los genocidios, etc. Cuando una parte importante de la sociedad
denuncia el carácter arbitrario del orden de las cosas, y realiza al mismo tiempo
acciones tendientes a su desestabilización, puede observarse que el poder explícito deja
de ocultar a las fuentes implícitas del poder que, como veremos, pertenecen al colectivo
en tanto anónimo, pero que durante un tiempo fue "apropiado" por un sector o
clase social que lo instituyó activamente y lo naturalizó.
En este sentido, tal vez la pregunta escandalosa cuyas respuestas pueden desatar una
nueva peste psicoanalítica sea: ¿cómo entender el sometimiento de los sujetos
al poder instituido en una sociedad, la apropiación e identificación con sus dictados,
aún cuando estos sean adversos a los intereses de la mayoría de los sujetos, y
existiendo, además, otros modos posibles de lo colectivo potencialmente más benévolos y
justos?.
A partir de Cornelius Castoriadis conocemos la existencia del imaginario radical: la
capacidad creadora de la psique y de los colectivos sociales. En la psique adquiere la
denominación de imaginación radical, y es la capacidad de crear un flujo
ilimitado de representaciones, deseos y los afectos. Es radical, en tanto es fuente de
creación. No es la imaginación como señuelo, engaño, etc., sino que es poiesis,
creación. Las demandas de socialización hacen que la psique tienda a interrumpir este
flujo de imaginación radical; la reflexión a la que se adviene en un tratamiento
psicoanalítico, permite liberarla de un modo lúcido.
A su vez, una sociedad es creación del imaginario social instituyente. Que
produce significaciones que la psique no podría producir por sí sola. Es la instancia de
creación del modo de una sociedad, dado que instituye las significaciones que producen un
determinado mundo (griego, romano, incaico, etc.) llevando a la emergencia de
representaciones, afectos y acciones propios del mismo.
Esta capacidad instituyente del colectivo es su dimensión creadora: crea instituciones
y significaciones imaginarias sociales. Estas últimas no son necesariamente
explícitas, ni son lo que los individuos se representan, aunque dan lugar a las
representaciones, afectos y acciones típicos de una sociedad. Son lo que forman a los
individuos sociales. Es imposible explicar cómo emergen: son creación. El campo socio-
histórico se caracteriza esencialmente por significaciones imaginarias sociales, las que
deben encarnarse en las instituciones.
Hay, entonces, en la sociedad una dimensión instituida y una dimensión instituyente,
creadora. Esta última es la más importante, y es la que habitualmente está oculta
para los sujetos. Permanece negada en el pensamiento heredado en general, incluyendo
al marxismo, habiendo realizado Castoriadis una exhaustiva crítica de este último 2
Se tiende a creer que el orden en el cual vivimos es "natural", nos ha sido
dado por antepasados idealizados, o por dioses, modos de producción, leyes económicas,
etc.. Pero lo cierto es que cada colectivo social produce sus propias instituciones, con
conocimiento o no de ello. Aún la división y antagonismo entre clases sociales es una
creación de dicho colectivo, una institución más, que, como el resto de las
instituciones, se autonomiza y parece "natural", aún para muchos de quienes
llevan la peor parte. Si persiste, es en buena medida, porque continúa siento objeto de
institución aún por parte de éstos. No alcanza para explicar esta dominación con la
apelación a la fuerza del poder explícito.
El poder, entonces, pertenece al colectivo anónimo, y, por lo tanto, es de Nadie:
es un "infra poder-radical", del cual el poder explícito es una vertiente. El
poder somete a los sujetos a partir de la incorporación que estos realizan - mediante el
proceso identificatorio - de las significaciones imaginarias sociales, en la medida en que
estos participan de las instituciones de la sociedad que las transmiten. Fabrica a los
individuos de una sociedad, para hacerlos funcionales a la misma. Dicho de otra manera: ese
infra-poder radical es el imaginario social instituyente, que instituye también un
modo explícito del poder, y un determinado tipo de subjetividad.
Generan la creencia mencionada más arriba: que el orden social es autónomo, que no es
producido por la sociedad misma.
Castoriadis ve en la historia la oposición entre un proyecto de cierre, de clausura de
lo instituido, y el proyecto de la autonomía, en tanto implica la destotemización de las
instituciones, y la creación de otras, con el fin de promover la autonomía de los
sujetos. En ese sentido, habla de la Ley y su incorporación a la psique, pero en
tanto es instituida/creada socialmente. Con esto va a contracorriente de la posición
estructuralista, que la explica como lo ya dado, a lo cual simplemente lo que cabe es
adaptarse.
Entonces, si el poder es de Nadie, es decir, es producto del colectivo anónimo,
la Ley y el Otro también son su producto. Así, sostiene: "Mi discurso debe tomar el
lugar del discurso del Otro, de un discurso que está en mí y me domina: habla por mí
(...) Lo esencial de la heteronomía ... es el dominio por un imaginario autonomizado que
se arrogó la función de definir para el sujeto tanto la realidad como su deseo"3 "Un discurso que es mío es un discurso que ha
negado el discurso del Otro ... que lo negó o afirmó con conocimiento de causa ...
[pero] cómo eliminar lo que está en la base de .. lo que nos hace hombres"4 . Es decir, es impensable la destitución de ese
lugar en la tópica individual y colectiva que Freud describiera en Psicología de las
masas, donde "por fuera" de la masa hay una entidad, identificada con la
cual adviene un grupo social. Eso organiza cualquier grupo, pero no todo grupo tiene el
mismo modo de organización, de allí que pueda producirse un agrupamiento totalitario o
democrático, para tomar dos ejemplos extremos. En este sentido, la autonomía debe ser
entendida como una actividad mediante la cual el sujeto retoma el discurso del
Otro, estableciendo otra relación con él.
Hay un claro paralelo entre la autonomía individual y la social: así como es posible
que el colectivo pueda reflexionar sobre su propio discurso autonomizado y se provea de
otras leyes, a nivel individual esto sigue sus propios carriles. Aquí deviene la
presencia y pertinencia del psicoanálisis, que así pertenece al proyecto de la
autonomía. El psicoanálisis le permite hacer al sujeto una basculación del Yo
hacia el Ello, tomando contacto con los efectos del discurso del Otro (en este
caso, del Otro privado, que a su vez transmite la institución de la sociedad) -
Castoriadis considera que hasta los objetos de la pulsión llevan estas marcas - para
establecer otra relación con el mismo. Esto lo es en términos de un Yo que toma
contacto con su Ello de modo lúcido, analizando-filtrando sus contenidos,
modificando así la relación entre instancias. Si Freud sostenía que allí donde el Ello
estaba, el Yo debe advenir, se trata, además, del movimiento inverso, y del
advenimiento de una nueva instancia del sujeto que es actividad: una
"instancia activa y lúcida que reorganiza constantemente los contenidos, ayudándose
de estos mismos contenidos y que produce ... " 5 a
partir de los mismos. Subjetividad reflexiva y deliberante es como la denomina. A
nivel del colectivo, sostiene que "donde no había Nadie [es decir, el campo
histórico-social], debemos devenir Nosotros" 6 ,
sabiendo que no se trata de eliminar o dominar a Nadie, tanto como al Ello,
"sino de instaurar otra relación de la colectividad con su destino" 7 . Pasar del sometimiento al poder - del Otro, del Yo
o del Ello - a tener una relación lúcida con el mismo, pasar de la heteromía a
la autonomía: tal la posibilidad que los colectivos y los individuos pueden tener ante
sí.
Podemos ahora volver sobre lo sostenido al principio
de este texto: el poder utiliza el malestar en la cultura para producir el sometimiento
al orden social dado, y, llegado el caso, el dominio de una parte de la sociedad sobre
otra. Para esto es necesario recordar el papel clave del sentimiento inconsciente
de culpabilidad para la sujeción de los individuos a un orden social, sentimiento que
es creado por las renuncias pulsionales y que está en relación directa con la
severidad del superyó. Cada renuncia lo fortalece deviniendo, en determinadas
circunstancias, en cultivo puro de la pulsión de muerte. Actúa en alianza con el
masoquismo originario que existe en el psiquismo, heredero de la inermidad originaria del
ser humano, de la descomunal desproporción existente en los orígenes entre el sujeto y
sus semejantes. La cultura se vale así de la pulsión de muerte vuelta contra el sujeto -
al exigirle mediante el superyó la sofocación de la agresividad - para que este ingrese
en dicho orden y así reconocerlo como un integrante más de la comunidad: la
incorporación obligada de las significaciones imaginarias sociales se encuentra así
garantizada, y es ofrecida a cambio de las renuncias exigidas. Finalmente: en tanto
creación del colectivo anónimo, dicho sometimiento de los sujetos al poder, es el
sometimiento a Nadie: pero en la medida en que puedan reconocerse como fuente y
origen de dicho poder, y puedan así cuestionar la ley, al haberla declarado no-sagrada,
el sometimiento puede dejar paso a una relación diferente con ésta, tendiente a la
autonomía.
1 Franco, Y.: Más allá del malestar en la
cultura. Revista Topía Nro XXV.
2 Puede leerse al respecto de Franco, Y.: Subjetividad: lo que el
"mercado" se llevó. Una perspectiva desde el pensamiento de Cornelius
Castoriadis. Revista Herramienta Nro 12, Buenos Aires, 2000.
3 Castoriadis, C.: La institución imaginaria de
la sociedad, Tomo I, Tusquests Editores, Bs.As, 1993, página 175.
4 Castoriadis, C. ob.cit., página 177.
5 Castoriadis, C., ob.cit., página 179.
6 Castoriadis, C.: Epilegómenos a una teoría del alma
que pudo presentarse como ciencia. En "El psicoanálisis, proyecto y
elucidación", página 114. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1992.
7 Castoriadis, C.: Epilegómenos a una teoría del alma
que pudo presentarse como ciencia. En "El psicoanálisis, proyecto y
elucidación", página 114. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1992. |