Un pensador libre
Por Sami Naïr (profesor
de Ciencias políticas en la Universidad de París VIII)
Publicado
originalmente en el diario El País de España, al que
agradecemos la gentileza de permitirnos su reproducción. Fue publicado el 25 de enero de
1998
Cornelius Castoriadis
murió el 26 de diciembre de 1997. Así, el hombre que personificaba la energía creadora
se fue sin el menor aviso, dejando tras de sí una imagen y un símbolo que los jóvenes
pensadores de hoy y de mañana deberán descifrar con todo rigor. Corneille (como
se le llamaba entre amigos) representaba lo mejor que el pensamiento emigrado
había producido en Francia después de la II Guerra Mundial. Pero era también raro en su
género: pensador, ciertamente; pero también militante, aguafiestas, implacable con los
pedantes, muy ácido con los conformistas, despreciativo con los pseudointelectuales.
No recordaremos aquí la gran aventura de Socialismo o Barbarie, revista creada
por Castoriadis en 1949 y que, hasta 1965, desarrollará una crítica premonitoria y tan
lúcida del marxismo oficial; no insistiremos en la revista Libre, creada en 1970
con Claude Lefort, Miguel Abensour, Marcel Gauchet, y Pierre Clastres; la sola evocación
de estos nombres muestra el destello de actividad intelectual y la riqueza de debates que
ella prometía y que ha tenido. Quizá sea demasiado pronto para hablar apresuradamente de
la obra de este pensador solitario en el momento de su desaparición. Sólo algunos raros alter
ego podrían ofrecernos un análisis a la vez preciso y sintético de su pensamiento.
Pero no es necesario ser especialista en Castoriadis para medir la importancia de su
aportación al pensamiento contemporáneo. Era al mismo tiempo un pensador herético,
asombrosamente original e indomablemente radical.
Herético, porque desde su partida de Grecia, después de la II Guerra Mundial, y después
de haber visto sobre el terreno (¡cuántas veces volvía sobre este primer trauma!) cómo
el partido comunista staliniano masacraba a los opositores de izquierda, sobre todo a los
trotskistas, Castoriadis desarrolla una aversión e incluso un odio saludable contra toda
forma de ortodoxia ligada a un partido, un Estado o una Iglesia. El núcleo de la herejía
de Castoriadis, que hará posible todo su pensamiento futuro sobre la autonomía, reside
principalmente en esta aventura primera, en esta praxis política que le hizo
orillar la muerte en varias ocasiones, ya que no podía aceptar que la obediencia a la
estrategia imperial de Stalin fuera considerada como el índice de las categorías del
pensamiento marxista. De ahí el camino que ha seguido su pensamiento, que alumbrará el
trabajo de Socialismo o Barbarie y el de una generación de intelectuales militantes.
Corneille critica el marxismo staliniano en nombre del trostkismo, pero su innato
carácter herético le hace entrever de entrada los límites de esta crítica. Por eso
emprende, casi simultáneamente, la crítica del trostkismo en nombre del marxismo
radical, renovado por una aproximación iconoclasta al pensamiento de Marx, comparable a
la de Karl Korsch y, sobre todo, a la de Rosa Luxemburgo. Y esta referencia al marxismo
radical (a la que jamás renunció) será profundizada, superada, en nombre de una
antropología psicoanalítica cada vez más refinada. Marx y Freud: en suma, la sociedad y
el sujeto. Pensador original, Castoriadis concibió el sujeto, el Ser, en la gran
tradición de la filosofía aristotélica de la totalidad, rechazando la
compartimentación del racionalismo reductor, del empirismo lógico o del positivismo
evolucionista. Más próximo de lo que parecía a la Lebensphilosophie (de
Dilthey a Simmel), Castoriadis se vincula al problema del ser a partir del análisis del
proceso de socialización por el trabajo, y, sobre todo, del fundamento originario propio
a toda actividad humana, el pedestal de la creación "socio-histórica" del imaginario
radical, antropológicamente determinado, del que resulta toda forma instituida de lo
social.
En relación con el marxismo, Castoriadis utiliza esta categoría del imaginario como
una verdadera máquina de deconstrucción. su libro La institución imaginaria de la
sociedad (1975) desestabiliza toda problemática que intente pensar lo social a
partir de "instancias", de "niveles", o de
"infraestructuras/superestructuras": es la mediación constituyente del
imaginario social la que funda el Todo, la que es necesario revelar para comprender el
hecho humano. Así, la sociedad no puede ser concebida como una estructura funcional: la
funcionalidad viene después del encuentro de los imaginarios socializados.
Indomablemente radical, el pensamiento de Castoriadis siempre se ha opuesto a los
compromisos con los poderes del momento. Tras el fracaso del marxismo fosilizado, rechaza
el conformismo antiemancipador propio del pensamiento único, que a su juicio constituye
una regresión comparable a la del totalitarismo. Corneille era un demócrata
radical, por eso no ha dejado jamás de criticar ácidamente la democracia moderna, a la
que veía como el acabamiento equivocado de una falsa libertad y como el sistema de
incorporación del liberalismo económico. Para él, esta democracia encuentra su límite
en el hecho de que no permite de ninguna manera - no más que los sistemas totalitarios
que ha combatido justamente - el desarrollo y la autonomía del individuo. Castoriadis
piensa al individuo en su radicalidad; cree en la autonomía no en el sentido anárquico,
sino en tanto que ella es la condición de un vínculo social fundado en la
responsabilidad del sujeto. La responsabilidad, el gran tema de Las encrucijadas del
laberinto (1978-1997). Castoriadis permanece vinculado, hasta en sus últimos
escritos, a la idea de una sociedad fundada en la autogestión. Y concebida ésta no como
un sistema económico entre otros, sino como una filosofía en la que la libertad del
sujeto existe y se moldea en las coacciones de la sociedad, mientras que éstas son el
resultado siempre renovado de la necesidad antropológica de vivir juntos, que es
necesario saber dominar en función de la emancipación humana. Un gran espíritu se ha
apagado. Y el pensamiento de Castoriadis sigue siemdo lo que siempre ha sido: una
invitación a no olvidar jamás la solidaridad.