La
obra política de Castoriadis no es la de un teórico, sino la de un incansable militante
que - a diferencia de lo que podría llegar a pensarse - fue radicalizando su posición
con el paso de los años. No entró por izquierda y terminó a la derecha del escenario
político, como tantos, sino que hasta tal vez podría llegar a sostenerse que se ubicó e
instituyó un más allá de la izquierda, no en el sentido de ser un extremista, sino en
el de crear una nueva manera de pensar la sociedad y los modos de su gobierno y cambio.
Tempranamente militó en el Partido
Comunista Griego - en su adolescencia - pero en poco tiempo comenzó a denunciar al
régimen soviético, adelantándose en mucho tiempo a la visión del Gulag no
como un accidente de una revolución que desvió sus fines, sino como el resultado lógico
de una planificación que no podría llevar a otro sitio que a ese, destino preformado en
los equívocos de Marx. Se diferenciará de este con el paso de los años, en una actitud
crítica que no evita reconocer lo que de Marx debe rescatar todo pensamiento crítico en
la sociedad contemporánea. Haber adherido al trostskismo le valió la persecución
de fascistas y comunistas. No detendrá su denuncia, que siempre será acompañada de
propuestas y actos coherentes con estas. Dirá, entonces, que no podrá arribarse al
socialismo con un partido basado en el marxismo, sino a partir de la creación, por parte
de los propios obreros, de organismos de dirección de la producción y de la sociedad.
Anticipó la creación de Consejos Obreros como los que se produjeron en Hungría en 1956.
Y hablará de la URSS como un régimen social que a posteriori de la Revolución de 1917
se convirtió - merced a la concentración absoluta del poder en el Partido
Bolchevique, en un "capitalismo burocrático total y totalitario".
A partir de la década del 60, de la mano
de su travesía por el psicoanálisis - como analizado primero, como analista un tiempo
después - sus posiciones irán desarrollándose de la mano de su "encuentro"
con Freud. Mayo del 68 tendrá en el grupo que lideraba - Socialismo o Barbarie - la
fuente de mucha de su inspiración, y las ideas de Castoriadis - como la del poder de la
imaginación, su llamado a la autonomía - encontraron lugar en la acción. Pero sus
adherentes no sabían de quién se trataba, tal vez ni supieran de donde venían esas
ideas que los inspiraban, ya que por ese entonces Castoriadis utilizaba seudónimos para
no ser deportado.
Fue definiendo para ese entonces - al
tiempo que disolvía a Socialismo o Barbarie por considerar que había fracasado
en su tarea - que la economía es una parte no determinante, sino orgánica de todo
régimen social, rompiendo con la idea marxista de la determinación por parte de lo
económico del campo socio-político. También que no hay ningún "destino de
gloria" fijado de antemano, que la utópica idea de la marcha indetenible hacia el
socialismo era una peligrosa falacia. Llamó entonces a retomar el pensamiento griego en
relación a la política, recordando que el siglo V a.c. y la Revolución Francesa fueron
dos momentos donde los hombres pudieron reflexionar sobre su propio destino, rompiendo con
el estado de heteronomía que les hacía creer que las leyes eran obra
de dioses, antepasados canonizados, etc., pasando a descubrir que estaba en sus manos
darse las leyes.
Ya hacía tiempo que venía destacando -
desde los 60 - el papel positivo de todo movimiento de minorías que luchando por sus
derechos introducían duraderas modificaciones en el horizonte social: los movimientos
contra el racismo, los de las feministas, de los jóvenes, y últimamente de los
movimientos ecologistas, eran para Castoriadis la muestra de que pueden crearse
instituciones donde la autonomía se produzca - sin esperar a un cambio global de
la sociedad, el cual por otra parte no debe perderse de la mira - efectos sobre el
conjunto. Su llamado de estos últimos años a la creación de Agoras iba en ese
sentido: producir instituciones que se establezcan en un espacio público-privado, en una
época en la cual lo privado es lo que prevalece, y lo público se hace cada vez más
extraño. Propone así la división en esferas de la acción social: la ekklessia,
o esfera de lo público, el oikos, o esfera de lo familiar-privado, proponiendo
un tercer espacio: la mencionada Agora. La mira última sería la del
establecimiento de la ekklesia, el lugar de las decisiones del conjunto,
democrático, una asamblea pública general con órganos intermedios compuestos por todos
aquellos que tengan algo que ver con los distintos niveles de la actividad social. Esto
implica, obviamente, un modo de democracia directa, donde las leyes no estén
separadas de quienes deben cumplirlas, donde no haya delegación sino participación
directa. No debe haber gobernantes separados de la vida real de la sociedad, ni partidos
políticos o cualquier otro grupo que asuma la responsabilidad del conjunto. Esto es lo
que Castoriadis llama una sociedad autónoma.
Ultimamente denunció el avance de la
in-significancia en su análisis de la sociedad contemporánea. Por esta debe entenderse
la pérdida de sentido de la vida en común, la pérdida del nosotros
indispensable para la existencia y producción de un proyecto colectivo. Para Castoriadis
esta es la primera vez que se da que una sociedad no tienen ningún proyecto para sí
misma, estando en la actualidad librada a las fuerzas depredatorias del mercado, al
conformismo generalizado, a la privatización de lo público y a la destrucción del medio
ambiente.
Pese a ser un implacable crítico de la
URSS, esto no le impidió ver - además - las lamentables consecuencias de la caída del
Muro de Berlín y la vertiginosa pulverización (ese es el término que utilizó) de
aquella. Llamaba la atención sobre la finalización de un régimen totalitario
(el totalitarismo ha ocupado un lugar esencial en el pensamiento de Castoriadis, a partir
de su crítica al stalinismo) que en su caída producía una suerte de martillazo sobre la
tumba de un movimiento que pretendía producir una sociedad autónoma. Al ver la
desilusión, muchos sacan una rápida y fácil conclusión: confunden la ilusión del
comunismo con la idea de que pueda existir una sociedad diferente. Podrá haber muerto el
socialismo en la forma que tomó durante el siglo XX, pero no el proyecto de una sociedad
autónoma. Lo que muere es el imaginario político del marxismo-leninismo: el de la
delegación. Si hubiera un próximo movimiento emancipatorio lo será sobre la base de la
autonomía y no de la delegación. Insistirá en instituir formas de participación
directa, de democracia directa, apostando a que todo futuro movimiento político
deberá ser de los ciudadanos.
La actual sociedad está dominada por el imaginario
social capitalista: producir, consumir, racionalizar, dominar. En este esfuerzo por
un dominio total, lo que el capitalismo produce es un pseudo-dominio, desencadenando
fuerzas destructivas que no sabe como contener (como la depredación ecológica, el
desempleo, la pauperización creciente, las crisis financieras, etc.). Será terminante
Castoriadis en un punto: democracia y capitalismo son incompatibles.
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